En el último y gran día de la fiesta, Jesús se puso en pie y alzó la voz, diciendo:

Si alguno tiene sed, venga a mí y beba.

El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva. (Juan 7 : 37-38)

La sed es un recurso que emite el cerebro para avisarnos de que necesitamos ingerir líquido.

La sed es el ansia por beber líquidos, causado por el instinto básico de humanos y animales para beber.

De todas las sensaciones que un ser humano puede llegar a experimentar la sed es una de las más desesperante, pero todo pasa una vez se tiene la oportunidad de ingerir algún líquido, preferiblemente agua.

Pero hay una sed que no es meramente física sino espiritual, del alma.

Probablemente es a esta sed que se refiere el Rey David en el salmo 63 cuando dijo:

Mi alma tiene sed de ti, 

Mi carne te anhela, en tierra seca y árida donde no hay aguas.

Así como la sed física no se puede saciar con alimentos sólidos sino que es necesario ingerir agua, así también la sed del alma no se puede saciar con ninguna otra cosa que no sea la presencia de Dios.

La sed física se puede identificar como una sequedad en los labios y garganta, pero la sed del alma se puede interpretar como ese vacío en el corazón.

Muchos de nosotros anduvimos vagando por el desierto del mundo tratando de saciar la sed de nuestras almas, y tratamos de llenar ese vacío con todos los deleites y placeres que el mundo nos ofrece, pero no fue posible.

Hasta que escuchamos la voz de uno que dijo:

"Si alguno tiene sed, venga a mí y beba".

Era la voz fuerte pero dulce y amorosa de mi Señor Jesucristo quien llenó el vacío de mi corazón y sació mi sed, y nunca más volví a tener sed.

Y si estás leyendo estas líneas es porque hoy te está llamando a ti y quiere llenar el vacío que hay en tu corazón y hacer que de tu interior broten ríos de agua viva.

CRISTO TE AMA.